Sábado 15.


Publicado por Arturo Guevara Escobar en

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Los senadores que la noche anterior concurrieron a la junta celebrada en la casa del Sr. don Sebastián Camacho se reunieron a las nueve de la mañana en el local de la Cámara de Diputados, con fin de discutir la situación.

El Sr. Senador Diego Fernández era uno de los más exaltados. —Señores, dijo, no tenemos tiempo para deliberar; hay que obrar inmediatamente. Y el anciano jurisconsulto, que tanto se había distinguido por su maderismo agudo, propuso que los Senadores que concurrieron a la junta anterior fueran al Palacio Nacional y pidieran, en nombre de la Patria, su renuncia a los señores Madero y Pino Suárez.

Aprobada la iniciativa, salieron en comisión los señores Senadores Camacho y Obregón y al llegar a Palacio se les dijo que el Sr Madero no podía recibirle. La comisión pudo, sin embargo, hablar con al Sr. Ernesto Madero, quien les manifestó que no había por de pronto ningún peligro de intervención a pesar de los informes, del señor Lascurain en sentido contrario.

Parece que al grupo gobiernista que en los últimos momentos rodeaba al señor Madero, trabajó sin descanso par nulificar todas las gestiones que se hacían en favor de la paz, inclinando el ánimo del Presidente a continuar la resistencia, sin importarles la tremenda tempestad que en esos momentos se cernía sobre el país.

Entre estos elementos intransigentes se singularizaron según se dice, los Sres. Magaloni y Salvador Gómez, el llamado senador salvaje, quienes aducían que la renuncia de los Sres. Madero y Pino Suarez en vez de conjurar el peligro inminente de la intervención, solo serviría para provocar nuevos levantamientos en los Estados de Nuevo León, Tabasco, Campeche, San Luis Potosí y Yucatán.

Indignados por el desaire los Senadores se retiraron para continuar sus gestiones cerca del Sr. Gral. Huerta en cuyas manos se encontraba en esos momentos solemnes la suerte de la República.

El combate continuó todo el día y parte de la noche sin ventaja aparente para ninguno de los dos bandos. A cada ataque de los federales contestaban los felicistas con una granizada de balas que hacia retroceder a los soldados. La posición parecía inexpugnable y la tenacidad del gobierno solo conseguía aumentar el número de víctimas.

En la noche se pactó una tregua de 24 horas que deberá empezar a las 2 de la mañana; y la población desesperada por tantos días de forzosa reclusión, salió el domingo a recorrer las calles, ansiosa de ver de cerca los estragos causados por la lucha.


La decena Trágica en México, Datos verídicos tomados en el mismo teatro de los sucesos por un escritor metropolitano. Edición de “El Obrero”, León Gto., 1913.

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